-La historia comenzó cuando me contrataron para hacer la red de agua que va desde San José hasta Lagunas- así da inicio Don Paulino a su relato.
Estamos en el patio de su casa de Jocolí Viejo, bajo la sombra de un árbol. Nos acompañan sus tres perros dormidos, soñando vaya a saber qué a los pies del narrador.
Don Paulino era el capataz, debían hacer un tendido de 27 kilómetros de caño. El ingeniero de la obra le pidió que tuvieran especial cuidado con el patrimonio cultural Huarpe de la zona porque para la perforación y el zanjeo se usaría maquinaria pesada. En el trayecto de la obra, según los científicos y los antropólogos, podían encontrarse cementerios, vasijas, elementos de caza, etc. del pueblo originario. La tropa de Don Paulino tomó nota y acordaron que, de encontrar alguna pieza Huarpe darían inmediato aviso al capataz.
Al llegar al lugar lo primero que hicieron fue armar un campamento. La obra se realizó en el verano de 1.997, por lo que las jornadas de trabajo serían hasta las 14 hs. Don Paulino colocó su auto bajo la sombra de un algarrobo y, bajo el mismo árbol, su doble carpa, una pequeña para dormir y otra grande que cubría su vehículo y su carpa personal.
La primera noche decidieron hacer un fogón y compartir la cena con dos jóvenes del lugar que amablemente les «habían dado una mano» con el armado del campamento. Durante la comida surgieron leyendas del pueblo Huarpe, como la de su origen a través del sacrificio de Hunuc, cuyo padre era el Sol y su madre la Montaña. Cuentan los lugareños que Hunuc debió sacrificar diez años de su vida para ver nacer, luego de la unión del Sol (Xumuc) y la Luna (Chuma) en un eclipse de Sol, a Huar, quien sería su pareja y juntos darían nacimiento y protección al pueblo Huarpe. Más entrada la noche los pueblerinos les contaron sobre las ceremonias mágicas que llevaban a cabo sus ancestros Huarpes a mediados del siglo XVI. Donde se mezclaban el baile, la bebida (llamada Aloja, bebida alcohólica hecha a base de chaucha de algarrobo), la música de percusión, gritos e invocaciones a fuerzas de la naturaleza por parte de un anciano hechicero.
Dicho ritual se extendía por cuatro extenuantes jornadas en una habitación de paja, donde estaba prohibido el ingreso de las mujeres bajo pena de muerte (la función de ellas era la de abastecer a los hombres de «Aloja» y comida). Don Paulino y su gente quedaron maravillados por las historias. Don Paulino tomó la palabra para explicar la obra hídrica que pronto comenzarían a ejecutar. Comentó los beneficios, los materiales y maquinarias que él y su cuadrilla utilizarían. Habló de los lugares por donde pasaría la cañería. Ese fue el disparador para que los lugareños recordaran que en un área cercana a la excavación, su profesor había tenido una experiencia con una Salamanca, aquellas fiestas fantasmales que aparecen y desaparecen mágicamente y en la que los invitados no pueden resistir su llamado. Según las coordenadas trabajarían cerca de donde Atencio, un docente de la zona, participó de una. Cuenta que una noche fue seducido por su música de fiesta y los gritos de alegría, luego de rastrear y encontrar el lugar fue conducido por un paisano muy elegante (¿el demonio?) hasta la fiesta, quien le pidió escupir un crucifijo invertido a modo de «primera prueba». Luego del sacrilegio participó de muchos rituales durante la fiesta que incluían sangre, personas vivas y muertas conocidas, animales muertos, alcohol y jóvenes mujeres. Había mucha comida también, tanta que guardó en sus bolsillos empanadas, pan casero y masas para luego convidar a sus alumnos del albergue. Atencio contó que luego de perder el conocimiento debido al éxtasis vivido en la Salamanca despertó al otro día tirado en la arena, solo, con bosta de ternero en los bolsillos y como único testigo de su travesía las huellas de sus propios pasos.
Las obras y las excavaciones comenzaron, y a los pocos días unos obreros manifestaron que, aproximadamente a un kilómetro del campamento, habían unos médanos, que, cuando el viento soplaba, iban dejando al descubierto elementos hechos de cerámica y piedra. Don Paulino partió hacia el lugar, alejándose del campamento, en dirección al Río Mendoza. Y efectivamente, en el lugar señalado descubrió restos de cerámica, con dibujos y sin dibujos. Ninguna pieza completa. En una segunda inspección encontró entre la arena una flecha y un hacha. Perfectas, fascinantes y completas. Dudó, con cierto temor, en dejar el hacha y la flecha o llevárselas. Decidió finalmente apoderarse de los instrumentos, que sospechaba pertenecían a los huarpes, a modo de souvenir. Llegó al campamento cerca de las 14.30 hs., guardó en su auto los elementos encontrados y decidió recostarse en su vehículo. La siesta fue interrumpida por el ingeniero de la obra, quien le pidió a Don Paulino que fueran juntos a recorrer los primeros tramos de la obra. Don Paulino accedió desganado. Se subieron a la camioneta 4 x 4 y partieron. A pocos metros del campamento fueron interceptados por Doña María, quien en su puesto custodiaba una de las retroexcavadoras utilizadas en la obra, preocupada le manifestó a Don Paulino que la cuadrilla lo estaba buscando porque el algarrobo que daba sombra y protección a su vehículo se había desplomado de forma súbita, destruyendo su auto. Sorprendido Don Paulino regresó al campamento. Nadie podía explicar la escena. El árbol caído era un ejemplar sano y fuerte, nada hacía sospechar su trágico final. Con ayuda de los vecinos y de un policía del lugar pudo retirar las cosas del vehículo aplastado. La sorpresa de todos fue mayúscula cuando, al retirar el colchón en el que dormía nuestro protagonista, una araña pollito emergió. Gigante, imponente, desafiante. En el lapso de una hora Don Paulino se había salvado de morir aplastado por un algarrobo y de ser mordido por el majestuoso arácnido.
El policía que había inspeccionado el auto y ayudado con el retiro de las pertenencias de Don Paulino le dijo:– No se lleve nada de los Huarpes, usted es una persona buena, no queremos que le pase nada. Éstas han sido advertencias-. Acto seguido el policía se ofreció amablemente a devolver el hacha y la flecha, prometiendo dejar los instrumentos en un lugar resguardado.
Por El Procurador Silvano Caña